domingo, 10 de junio de 2007

Informe número 35 - Sobre Jerusalén y la paz

Este mes se cumplen 40 años de la denominada Guerra de los Seis Días, que entre otras consecuencias, trajo la unificación de toda la ciudad bajo soberanía Israelí. Este evento, como tantos otros, es bendición para unos y desgracia para otros.

Urbs beata Jerusalem, dicta pacis visio (Jerusalén, ciudad bienaventurada, tú que clamas por la paz), dicen las palabras de un himno litúrgico del siglo VII… Parece una amarga ironía que a esta ciudad se le llame "Ciudad de la Paz". En ningún lugar santo del mundo han corrido tales ríos de sangre como aquí. En ningún lugar se ha luchado con tal ardor, se ha odiado tan profundamente como en esta pequeña ciudad de calvas y grises colinas rocosas de las montañas de Judea. Tal vez nunca ha habido paz en Jerusalén. En los últimos dos mil años la ciudad ha sido once veces conquistada y cinco destruída totalmente.

Sin embargo, tampoco en ningún lugar se han rezado tantas oraciones como en Jerusalén. Más de un tercio de la humanidad tiene raíces espirituales en esta ciudad que ya estaba poblada diecinueve siglos antes de que naciera Jesús. Las tres religiones monoteístas - judaismo, cristianismo e islamismo - la han tenido como escenario central pero también hicieron de ella la manzana de la discordia de su creencia.

La misma roca que hoy en día esta cubierta por el Domo de Oro en el Monte del Templo es según el Islam el último lugar donde Mahoma tocó antes de subir al cielo; según el Catolicismo esa misma roca es la piedra fundamental de la cual se creó el mundo; según el Judaísmo sobre esa misma roca Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac pero a último momento fue reemplazado por un chivo expiatorio ....

Este lugar, en donde se han cometido verdaderas atrocidades, es considerado la ciudad de la Justicia Absoluta donde, según la profesia de Yeshayahu, se llevará a cabo el Juicio Final.

El escritor argentino Jorge Luís Borges decía que Jerusalén es una gran copa donde se han decantado y acumulado los sueños, las vigilias, las oraciones y las lágrimas de quienes no la vieron nunca pero sintieron hambre y sed de ella. Es decir, esta ciudad es no menos importante para quienes nunca la han visitado, pero la necesitan como lugar de fantasía.

Jerusalén es una ciudad austera y relativamente silenciosa. Sus habitantes se desplazan con ropas sencillas, de colores apagados. Algo que contrasta con la riqueza y sofisticación de las obras de arte, las antigüedades y el diseño de objetos que hacen referencia a la ciudad. Sin duda la necesidad del creyente de una Jerusalén celestial sobrepasa con creces la apariencia real de esta pequeña ciudad asiática de poco más de 700.000 habitantes.

Construida en piedra de color arena blanca sobre colinas ondulada que no sobrepasan los 800 metros. Si bien es una ciudad rica en manantiales, está ubicada en una sona desértica y su vegetación carece de exuberancia. Es difícil que deslumbre al viajero a primera vista. Hay una excepción: si se llega al atardecer de un día de sol, todas las piedras se tiñen de dorado y la ciudad por completo brilla en un solo instante eterno y sobrenatural.



En la Ciudad Vieja, entre las murallas, personajes con vestidos de tiempos inmemoriales se cruzan con naturalidad. Pero la sensación de tragedia en esta ciudad es tan viva que se la siente en el cuerpo. Unos la llaman "emoción" otros, "trascendencia". Sobre esta ciudad, silenciosa y austera, pesa una larga historia tan llena de espiritualidad como de violencia.

El peso de la Historia

La ciudad fue invadida por casi todas las potencias de la historia. Fue la ciudad de Abraham el patriarca; David, el rey poeta, en el año 997 antes de Cristo; Salomón, el rey sabio; Nabuconodosor, rey de Babilonia; Ciro el Grande de Persia; Alejandro Magno de Macedonia; los romanos; de Herodes el Grande; escenario de la condena, la crucificción y la resurrección de Jesucristo; los Cruzados; Saladino, el Imperio Otomano y el Británico, por nombrar sólo algunos.

Como en las excavaciones arqueológicas, los restos de las religiones aparecen superpuestos una a otra: la iglesia de Santa Ana, en la que rezan los cristianos de origen judío fue convertida en escuela por Saladino que años más tarde pasó a manos de los cristianos; la mezquita de Al-Aqsa, construída sobre el Templo de Salomón, es hoy el tercer lugar sagrado del Islam después de La Meca y Medina; el Cenáculo fué luego mezquita y en su subsuelo esta la Tumba del rey David... Ninguna ciudad del mundo, ni siquiera Roma, reúne tal densidad de monumentos.

Por otra parte, UNESCO nunca la consideró merecedera de ser patrimonio internacional de la Humanidad...

Los orígenes
Los más remotos restos arqueológicos datan del período Calcolítico y revelan que la región era al menos visitada ya antes del milenio III a.C.

Más tarde, en la Era de Bronce, el nombre de la ciudad aparece ya en estatuillas de arcilla egipcias con inscripciones (aproximadamente del siglo XIX a.C.). El nombre "Urusalim" aparece en papiros egipcios del siglo XIV a.C., denominados "cartas de Tel el-Amarna". Se trata de cartas enviadas de y al palacio del Faraón, referentes a la situación política y social de Canaán, que estaba bajo dominio egipcio. En aquel entonces parece que era una ciudad amorita, frecuentada por los nómadas en proceso de hacerse sedentarios.

El período Canaánita
Los jebuseos ocuparon el lugar de los amorreos que antes vivían en la ciudad y le dieron su nombre: Jebus-Salem, la ciudad de los Jebuseos, una tribu cananea-semita.

Cuando el patriarca Abraham llegó a la tierra de Israel, según el testimonio bíblico, gobernaba en Jerusalem Malki Tzedek, rey de Salem, hace 3800 años. En el libro de Josué y en el de los Jueces se menciona al reino de Salem, como parte del relato de la conquista de Canaán por los israelitas, llevada a cabo en oleadas sucesivas durante varios siglos. Durante ese período la ciudad fué conquistada y arrasada, pero no se la repobló.

La invasión hebrea a Canáan en 1020 a.C., "al filo de la espada y al sonido del shofar", tal como cita la Biblia en el capítulo de Josué, dió lugar a la formación del Reino Hebreo liderado por el Rey Saúl.

Su sucesor, el rey David, conquista la ciudad en 993 a.C., y justamente por no estar ubicada en la juridicción de ninguna de las doce tribus fue elegida para servir de capital. Ciudad neutral, capital de las tribus unificadas bajo el mando de un solo Rey. A partir de entonces es conocidad como la ciudad de David.

La ciudad adquirió status nacional y status religioso como sede de sus más sagradas reliquias. El rey David trajo el Arca de la Ley, que hasta entonces se encontraba en Kiriat Yearim. En esta época, vivían en Jerusalén apenas 2000 habitantes.

El período del Primer Templo
En el año 965 a.C., se establecíó el reinado de su hijo, Salomón, quien amplió la ciudad hacia el norte, hasta duplicar la extensión urbana, que alcanzó las 16 hectáreas y en el año 956 a.C. edificó el Templo. Su construción sumó a la ciudad el aspecto religioso al status administrativo de privilegio al convertirse en sede del Templo. En tiempos de Salomón Jerusalén se desarrolló como capital de un grande y rico estado, y se construyeron numerosos palacios y lujosas mansiones.

Posteriormente Jerusalén fracasó en su intento de servir como factor unificador de las diferentes tribus. Sacudido por sus convulsiones internas, en el año 928 a.C., apenas muerto Salomón, el reino se dividió en dos: la región norte del país pasó a ser el reino de Israel. Incluía diez de las tribus y por capital Samaria, duró poco más de 253 años hasta su desaparición. Jerusalén que incluía las dos tribus restantes, Judea y Benjamín, continuó como capital del reino de Judea, al sur, durante 400 años.

El período de Asiria
En la segunda mitad del siglo VIII a.C. el reino del norte (Israel) cayó derrotado ante los Asirios y los miembros de las tribus que lo integraban fueron llevados al exilio y al olvido. Pocos lograron huír y se refugiaron en Jerusalén pero en su mayoría son considerados las diez tribus perdidas.

Mientras tanto al sur, Ezequías (Hezqiahu), rey de Judea (727-687 a.C.), previendo el inminente peligro, extendió los límites de la ciudad, cuyas murallas abarcaron también los suburbios occidentales. También construyó un sistema de cisternas y acueductos que hasta el día de hoy lleva su nombre (el túnel de Ezequías), que llevaba el agua desde el manantial de Guijón (fuera de las murallas) hasta la piscina de Siloah (en su interior).

En el año 701 a.C., después de haber conquistado casi todas las ciudades de Judea, Sanaquerib, rey de Asiria, se dirigió a Jerusalén y le puso sitio, pero no logró conquistarla. Aún así, Jerusalén no se libró completamente de la seria amenaza de los reinos de Mesopotamia (primero Asiria y luego Babilonia).

El período de Babilonia
A partir del año 586 a.C. Jerusalén fué atacada y finalmente conquistada por orden del rey Nabucodonosor de Babilonia. El Templo fue destruído, la mayoría de los habitantes de la ciudad fueron exiliados a Babilonia y la ciudad arrasada quedó desierta durante casi 50 años.

El período Persa
Los persas, al mando de su rey Ciro, conquistaron Babilonia y en el año 538 a.C., también Jerusalén. Durante la ocupación persa se autorizó el retorno a Jerusalén de los judíos exiliados a Babilonia y veinte años despúes (516 a.C.) se reconstruyó el Templo, más pequeño y modesto que aquel de la época Salomón. Esta época es conocida sobre todo por Nehemías y Ezra. Nehemías dejó su impronta en el establecimiento de un nuevo status político para Judea, que se transformó en una zona autónoma dentro del inmenso Imperio Persa.

Como líder y gobernador de Jerusalén, Nehemías obligó a cada familia de Judea a enviar a uno de cada diez de sus hijos a vivir en Jerusalén, con lo que acrecentó la escasa población de la ciudad. Su gran empresa fué la reconstrucción de las murallas de la ciudad y su fortificación. Ezra fundó la Gran Knesset (Asamblea), institución que manejaba las cuestiones jurídicas, gubernamentales y religiosas. Durante este período, Jerusalén no extendió sus límites más allá del territorio de la ciudad de David.

El período Macedonio
En el año 332 a.C., Alejandro Magno derrotó al Imperio Persa y dominó todo el Medio Oriente. Durante este período los judíos tuvieron la posibilidad de dirigir sus asuntos internos, religiosos y sociales según sus normas. Tras la muerte de Alejandro Magno, su imperio se dividió entre la dinastía de Antigónida que gobernaba en Macedonia y Grecia, la dinastía de Talmai (Ptolomea) que gobernaba en Egipto y la Seléucida que desde Siria dominaba a los países vecinos.

El período Seléucida
En el año 169 a.C. Antíoco Epifanes IV, rey de la dinastía de los Seléucidas, y a diferencia de sus predecesores helénicos, decidió interferir en los aspectos religiosos, con el objetivo de unificar a todos los pueblos que estaban bajo su dominio. Prohibió el cumplimiento de las normas judías y obligó la adopción de las costumbres griegas. Luego saqueó la ciudad y convirtió al Templo en un santuario griego dedicado a Zeus.

El período Jasmoneo-Macabeo
En 167 a.C. estalla la rebelión de los judíos Jasmoneos liderada por Matitiahu y sus cinco hijos, contra el gobierno Seléucida. Iehuda, el macabeo, tuvo éxito en la conquista de la mayoría de los terrenos de Jerusalén y triunfando sobre los helenistas, purificó el templo y renovó sus servicios. Luego de veinte años Shimon el Jasmonaeo conquistó la fortaleza de Jakra, lugar donde se encontraban los helenistas y logró un estado completamente soberano por el período de ochenta años.

El período Herodiano
En el 64 a.C. los romanos al mando de Pompeyo ocuparon Jerusalén. Retribuyendo favores a los hebreos que le facilitaron la ocupación, Roma nombra a Herodes el Grande, rey de Jerusalén. Bajo el reinado de Herodes (37 a.C.-4) Jerusalén se extendió hacia el norte, se le agregó una nueva muralla, denominada "segunda muralla" y se erigió el amplio y suntuoso recinto del Monte del Templo, la fortaleza Antonia (en cuyo patio, más adelante, se juzgará y condenará a Jesús) y la Ciudadela. A estas construcciones se agregaron numerosos palacios y obras públicas, incluyendo mercados, un teatro, un anfiteatro y un hipódromo.

De todas las obras de construcción de Herodes por todo el país, la más fastuosa fué el Templo, en un intento de congraciarse con los judíos que lo odiaban por su origen idumeo y no judío, por su empeño en helenizar el país y por su carácter sanguinario.

El Templo que construyó Herodes era notablemente mayor y más esplendoroso que el anterior que se levantó en tiempos del rey Salomón y fuera luego reconstruído tras el retorno del exilio en Babilonia. Aún entre las demás ciudades del imperio romano, pocos edificios podían competir con su grandiosidad. El Templo era el centro de atención religiosa y política de todo el pueblo judío para entonces ya en buena medida disperso por el mundo conocido. La autoridad municipal de Jerusalén era precisamente el Consejo del Templo, el Sanedrín, presidido por el Sumo Sacerdote, pues se trataba de lo que entonces se llamaba una Ciudad-Templo con una administración teocrática.

La Jerusalén del período herodiano no sólo conoció extensos trabajos de construcción, sino también una profunda efervescencia social y religiosa. Agrias controversias se manifestaron entre distintos grupos y sectas surgidas en el seno de la nación durante ese periodo. En tiempos de Jesús, Jerusalén era una ciudad de aproximadamente 25.000 habitantes. Muchos de los principales acontecimientos en la vida de Jesús se relacionan con la ciudad. Jesús predicó, fué condenado y crucificado en Jerusalén.

Posteriormente, con la construcción de la "tercera muralla" en los años 41-44, bajo el gobierno de Agripa, nieto de Herodes, se extendieron más hacia el norte los límites de la ciudad, pero esta muralla no llegó a terminarse nunca. En esta época la ciudad llego a contar con casi 60.000 habitantes.

El período Romano y las revueltas judías
En el año 66 d.C. estalló una revuelta popular que se transformó en una verdadera guerra de liberación contra los romanos. Los romanos fueron tomados por sorpresa, y casi toda Palestina cayó en manos de los rebeldes. La resistencia judía fué muy fuerte y hasta el año 70 Tito, hijo del Emperador Espasiano, no pudo iniciar el asedio de Jerusalén. Finalmente los romanos sofocaron la rebelión hebrea de los celotes, venciendo la última resistencia concentrada en torno al Templo, que fué enteramente destruido y que no volverá a ser reconstruido. La ciudad fué incendiada y dada al saqueo; los habitantes, en parte muertos y en parte vendidos como esclavos. Los dos cabecillas de la revuelta, Juan de Guiscala y Simón Bar-Giora, fueron, uno encarcelado, y el otro llevado como signo del triunfo de Tito y luego ajusticiado.

Después de la primera revuelta judía y durante cerca de 60 años la ciudad de Jerusalén quedó casi totalmente deshabitada y es muy poco lo que sabemos acerca de lo ocurrido en Jerusalén entre la primera y la segunda revuelta.

Hacia el 130 d.C. el emperador Adriano tomó la decisión de transformar Jerusalén en una ciudad romana, construyendo en ella un templo dedicado a Júpiter Capitolino. Anteriormente se publicó un decreto imperial que prohibía la circuncisión en todo el imperio como práctica considerada bárbara, mientras que para los judíos era la señal de pertenencia al pueblo elegido. Todo ello unido a las revueltas judías que habían tenido lugar en Cirene, Alejandría y Chipre durante el reinado de Trajano, sofocadas con dureza, y el insulto que suponía para los judíos que el impuesto pagado anualmente para el templo se destinara al templo de Júpiter Capitolino en Roma, suscitó un ambiente en el que floreció la segunda revuelta judía, que estalló en el 132 d.C. El cabecilla de esta revuelta era un tal Simón, al que se apodó Bar Kokhba (en arameo, "hijo de la estrella", en referencia al texto de Núm. 24, 17).

Como en la primera revuelta, los romanos fueron tomados por sorpresa, lo que permitió que la revuelta cosechara notables éxitos iniciales. También en este caso la represión romana fué durísima: se estima que hubo 850.000 muertos y numerosas personas reducidas a esclavitud. Los romanos lograron sofocar totalmente la revuelta en el 135 d.C., tres años y medio después de su inicio.

Jerusalén fué transformada así en colonia romana, con el nombre de Aelia Capitolina y convertida en ciudad pagana dedicada en honor a Júpiter. El cambio fue acompañado por el trazado de un nuevo plan urbano, que ignoró totalmente los rasgos de la ciudad que la precedió. A los judíos se les prohibió la entrada. Sólo en el siglo IV el emperador Constantino concederá a los judíos ir a Jerusalén una vez al año, el 9 del mes de Ab (entre julio y agosto), día en que se conmemora aún hoy la ruina de la ciudad y se llora sobre las ruinas del Templo en el lugar conocido como "Muro de los Lamentos". Este muro no es parte del Templo mismo sino un muro exterior de casi 500 metros de largo, que servía como apoyo a la explanada del Monte, sobre la cual fue construido dicho templo. También es llamado el Muro Occidental y es el principal vestigio de la obra de Herodes en el Monte del Templo.

El período Bizantino
En el s. IV, al quedar dividido el imperio romano en oriental y occidental, Jerusalén queda bajo la administración de Bizancio. En el año 324 el emperador Constantino y su madre Helena, ya convertidos al cristianismo, devolvieron el nombre a Jerusalén en el año 335 y ordenaron erigir la Basílica del Santo Sepulcro. El ascenso del emperador Constantino al poder absoluto provocó un vuelco en el status de la religión cristiana. El cristianismo pasó a ser la religión oficial del imperio, lo que dió lugar a un proceso de hondas repercusiones en Jerusalén: se identificaron y localizaron los lugares sagrados y en torno a dichos lugares se erigieron iglesias que pasaron a ser un centro de atracción para numerosos peregrinos de todo el imperio.

Este proceso influyó sobre el carácter de Jerusalén tanto en el plano material como en el espiritual. La ciudad creció en tamaño y población y concentró la atención del gobierno imperial, sumado a los numerosos peregrinos que se instalaron en la ciudad y sus alrededores. Jerusalén pasó a ser la columna vertebral de las enseñanzas cristianas y de su creación espiritual.

Otro cambio importante en el status de Jerusalén se manifestó en el papel que la ciudad representaba para la jerarquía eclesiástica. Con el nombramiento del obispo de Jerusalén, Juvenal, como patriarca, la ciudad adquirió status de patriarcado, como ya lo detentaban Roma, Constantinopla, Antioquía y Alejandría.

En el siglo VI, bajo gobierno de Justiniano, se prolongó hacia el sur el trayecto del Cardo, la calle principal de la ciudad, que comenzaba en la la zona de la Puerta de Damasco, desde el actual Barrio Musulmán, hacia el sur, hasta el actual Barrio Judío. El Cardus Maximus era la calle principal, de norte a sur, de toda ciudad romana.


La existencia del Cardo estaba testimoniada en el Mapa de Madabaen, mosaico bizantino del siglo VI hallado en Jordania pero fue ubicado recién en excavaciones arqueológicas después de 1967.

Si existe también un Decumanus Maximus, la perpendicular y segunda calle principal, de este a oeste, su ubicación exacta es desconocida.

El segundo período Persa
A comienzos del siglo VII, los ejércitos persas del emperador Josroes conducidos por el general Rasmiz invadieron Tierra Santa y conquistaron Jerusalén en el año 614. La conquista fue muy sangrienta y miles de los habitantes de la ciudad fueron degollados. Numerosas iglesias fueron arrasadas, inclusive el Santo Sepulcro, mientras que otras sufrieron serios daños.

El segundo período Bizantino
Los persas dominaron Tierra Santa quince años, hasta el año 629, cuando el emperador Heraclio restauró el dominio bizantino, quien además expulsó y luego impidió la entrada de los judios a la ciudad.

El período Musulmán - La Dinastía Omeya (638-750)
Menos de diez años después, en el año 638, Jerusalén (Al-Qods en árabe) se rindió sin derramamiento de sangre a los ejércitos de una nueva potencia que acababa de aparecer en el escenario de la Historia: los musulmanes. El patriarca Bizantino Sofronio se rindió y entregó la ciudad al califa Omar (Umar ibn al-Khattab), jefe de los ejércitos musulmanes, a cambio de cartas de privilegio con garantias al derecho de los cristianos a mantener sus lugares santos y conservar sus costumbres, sin interferencias.

File:Mosque of Omar, Jerusalem1.jpgSegún la leyenda, Sofronio, ofreció la rendición pacífica de la ciudad con la condición de que la recibiera el Califa en persona. Cuando el Califa Omar entró en Jerusalén, Sofronio lo invitó a rezar en el Santo Sepulcro. Omar declinó, para evitar que el Santo Sepulcro se convirtiera en sagrado para los musulmanes. En cambio rezó fuera de la iglesia. En honor a dicho evento fue construida la Mezquita de Omar en el siglo X. El edificio actual data del Siglo XIX, y fue construido por los otomanos. El minarete de la mezquita fue erigido más alto que las cúpulas de la Iglesia del Santo Sepulcro para demostrar quién gobierna.

En el primer siglo de la dominación musulmana en Jerusalén, la región estaba bajo el gobierno de la dinastía Omeya. Los califas omeyas tuvieron tendencia a actuar más como reyes, es decir, a ocuparse de la administración, que como líderes religiosos.

El Islam identificó una roca en la explanada del Monte del Templo como el lugar desde donde el profeta Mahoma ascendió al cielo en su póstumo "Viaje Nocturno". El Corán reza: "Allah trasladó durante la noche a su sirviente Muhammad desde el Templo Sagrado de la Kaaba hasta el templo lejano de Jerusalén"(17:1).



Más de medio siglo después que el califa Omar conquistara Jerusalén y rezara frente a la Roca Sagrada, Abd al-Malik Ibn el-Marwan, uno de los más prominentes califas de la dinastía Omeya, construyó entre el 688 y el 691 sobre la explanada del Monte del Templo el llamado Domo de la Roca. Por lo tanto, el Domo de la Roca es erróneamente llamado la Mezquita de Omar, ya no fue contruido por Omar, sino por Abd al-Malik Ibn el-Marwan. Además, el edificio no es una mezquita sino un santuario que cubre la Roca Sagrada.

Junto al Domo de la Roca, en el lado sur del mismo predio, Walid, el hijo de Abd el-Malik Ibn el-Marwan, construyó entre el 705 y el 715, la mezquita de Al-Aksa. El emplazamiento de ambas edificios se conoció con el nombre de Al Haram Al Sharif (noble santuario) y pasaron a representar en la conciencia musulmana el símbolo de Jerusalén. La ciudad se afirmó asi en la conciencia del Islám como tercera ciudad en orden de santidad, después de La Meca y Medina ubicadas en la actual Arabia Saudita.

El período Musulmán - La Dinastía Abásida (750-969)
Tras ser derrocada la dinastía Omeya en su lugar asumió el poder del mundo islámico la dinastía Abásida, que trasladó su capital de la cercana Damasco a la más alejada Bagdad, y sustituyó el carácter ilustrado del gobierno de los Omeyas por un régimen tiránico y fanático. La importancia política y económica de Jerusalén como ciudad cercana al centro del poder, paulatinamente decayó.

La inscripción que indica que Abd al-Malik Ibn el-Marwan, califa de la dinastía musulmán Omeya, inauguró el Domo De la Roca en el año 691, fue en parte reeplazada por Al-Mamun (813-833), califa de la dinastía musulmán Abásida, en un intento de auto-atribuirse la constructión. La falsificación no prosperó debido a la diferencia de color del azulejo utilizado para la nueva inscripción.

El período de Fátima de Egipto (969-1071)
Los Fatimítas, aparecen a principios del siglo X en la zona del Magreb, y creían ser la única dinastía digna de ocupar el liderato islámico ya que alegaban ser descendiente de la Fátima (en árabe, fata significa joven, doncella), hija del profeta Mahoma. El período fatimí se desarrolló dentro de una razonable prosperidad y se fundó la ciudad de El Cairo. Culturalmente se caracterizó por la tolerancia hacia las ciencias de la Antigüedad, lo que permitirá un considerable desarrollo de disciplinas como las matemáticas, la medicina o la astronomía. Reconocieron al emperador Bizantino como patrón del cristianismo ortodoxo en su reino, pudiendo ser así reconstruida la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Bajo el dominio de Fátima de Egipto y hasta el siglo XI se multiplicaron las peregrinaciones a Tierra Santa. A pesar del mahometismo imperante, los cristianos y los peregrinos raramente fueron molestados.

Durante este período se debilitó el dominio árabe en la zona. Paralelemente entró en crisis el mundo cristiano. En 1054, el patriarca de la Iglesia en Constantinopla y el papa en Roma se excomulgaron mutuamente uno a otro. Evento conocido como el Cisma de Oriente, separando (hasta hoy) entre las iglesias griega y romana.

Mientras tanto emergía una tribu de turcos nómadas provenientes de Asia Central, los selyúcidas, con una religión recién adoptada, la de Islam ortodoxo sunnita, que puso fin al Estado Fatimí Chiíta ismailíta (corriente islámica considerara heterodoxa).

El período Selyúcida Turco
El ascenso de los turcos selyúcidas en Asia cuestionó la integridad del Imperio Bizantino y de toda la Cristiandad, y amenazó la seguridad de los peregrinos a Tierra Santa. En el año 1071 también Jerusalén fue conquistada por los selyúcidas turcos. Los peregrinajes a Tierra Santa fueron prohibidos y en la zona reinó, nuevamente, la intolerancia religiosa.

El primer período Cruzado
El 15 de julio de 1099, al cabo de un sitio que se prolongó cinco semanas, los Cruzados tomaron por asalto Jerusalén, luego de matar a setenta mil personas, en su mayoría musulmanes, cristianos del rito ortodoxo oriental y una minoría judía. El objetivo era conquistar Tierra Santa , asegurar una vía segura para los peregrinos y principalmente recuperar el monopolio de las rutas comerciales con oriente. Al cabo de 450 años de dominación musulmana, los Cruzados restauraron así el dominio cristiano sobre Tierra Santa que se prolongara hasta 1187.

La ciudad se convirtió en la capital del reino cruzado cristiano, el Reino Latino de Jerusalén y su rey, Godofredo de Bouillon. Por primera y única vez en la historia, Jerusalén fue una entidad politíca independiente. Sus habitantes eran en su mayoría de orígen europeo. El idioma cotidiano era el francés y el latín la lengua del rezo.

El carácter demográfico y cultural de Jerusalén sufrió un cambio muy considerable. La cultura occidental pasó a ocupar un lugar central en la vida de la ciudad y miles de peregrinos europeos la visitaban anualmente.

Los cruzados restituyeron a Jerusalén su carácter cristiano, renovaron las tradiciones sacras, reconstruyeron las iglesias de la ciudad y construyeron nuevas iglesias y monasterios. La Basílica del Santo Sepulcro (cuya liberación era el principal objetivo de las cruzadas) fué rehabilitada y construida en piedra maciza, con gran esplendor.

Las mezquitas del Monte del Templo pasaron a ser santuarios cristianos: el Domo de la Roca fué rebautizada Templo Domini y la Luna Creciente que estaba sobre su cúpula fue reemplazada por una cruz. La mezquita de Al-Aksa pasó a llamarse Templum Salomonis. En el recinto del Monte se levantó el monasterio de la orden de los Caballeros Templarios.

El período Ayubita (Saladino)
Tras la derrota de los Cruzados en la batalla de los Cuernos de Jitín en 1187, Jerusalén se entregó al Sultán Saladino, líder kurdo y uno de los grandes gobernantes del mundo islámico, Sultán de Egipto, Siria, Palestina, así como de zonas de Arabia, Yemen, Mesopotamia y Libia.

En 1192, Ricardo Corazón de León con la Tercera Cruzada, fracasó en su intento de reconquistar Jerusalén. Al término del dominio del Reino Cruzado en Jerusalén las fuerzas de Saladino derribaron y destruyeron la gran cruz de oro que los cruzados habían erigido sobre la cúpula del Domo de la Roca, y en su lugar se colocó nuevamente la Luna Creciente, símbolo del Islam.

La mezquita de Al-Aksa volvió a ser el principal oratorio de la ciudad. A ambos lados de la Basílica del Santo Sepulcro se erigieron mezquitas. Saladino también reconstruyó las fortificaciones de la ciudad y las extendió al monte Sión.

Después de la victoria de Saladino volvieron a Jerusalén los habitantes judíos del país y a la vez se fundaron en la ciudad nuevas comunidades de judíos emigrados del Magreb, Francia y Yemen.

Bajo el régimen de Saladino la ciudad fue gradualmente reconstruída y se erigieron numerosos edificios públicos. La Iglesia Cruzada de Santa Ana se convirtió en una madrasa (escuela religiosa musulmana) a la que se dió el nombre de Al-Salajía, en honor de Saladino, cuyo nombre en árabe es Sálaj a-Din el-Ayubi.

En el año 1219, Al-Muatem Issa, sobrino de Saladino, hizo derribar las murallas, por temor a que los Cruzados volvieran a Jerusalén y sus fortificaciones pudieran servirles de protección.

El segundo período Cruzado
En el año 1229 volvieron los Cruzados a Jerusalén, como secuela de la quinta cruzada y los acuerdos políticos firmados entre el emperador Federico II de Alemania y el sultán de Egipto. Estos acuerdos fijaban los límites del dominio de los cristianos y de los musulmanes: el Monte del Templo quedó en poder de los musulmanes, mientras que el resto de la ciudad pasó a manos de los cristianos (Alemanes). Pero el renovado dominio de los cruzados en Jerusalén no habría de durar sino quince años, hasta 1244.

El período Mameluco
Siguiendo la tradición militar musulmana de incluir unidades de esclavos en sus ejércitos, la práctica fue continuada por Al-Malik, sucesor de Saladino y el mayor comprador de esclavos, principalmente turcos. Después de su muerte en 1249, los generales Mamelucos (del árabe, mamluk, significa poseído, esclavo) lograron consolidarse como aristrocracia y establecer su propia dinastía que gobernó Egipto y Siria hasta 1517.

Los Mamelucos eran originariamente soldados que habían sido traídos en calidad de esclavos por los gobernantes de Egipto desde las estepas de Asia Central. Educados en los valores del Islam, sentían una profunda identificación religiosa que halló su expresión en ambiciosas obras de construcción en Jerusalén.

Los Mamelucos de Egipto de la mano de los Ayubitas ocuparon Tierra Santa en el año 1260, incorporándola como provincia egipcia de su reinado, y se convirtieron en los nuevos dueños de Jerusalén, colmando de favores a los habitantes y hasta aliviando los impuestos. La ciudad pasó a tener gran importancia religiosa, a pesar de no ser capital y carecer de todo status político.

Durante gran parte de este período la ciudad permaneció sin fortificar, con la excepción de la Torre de David, sede del gobernador Mameluco de la ciudad. No obstante, Jerusalén se convirtió en el centro religioso más importante de la Sultanía Mameluca, pasó un intenso proceso de islamización y fué el foco de la peregrinación musulmana.

En el año 1275, otro ilustre peregrino, Marco Polo, pasa por Jerusalén en su camino a la China.

El trabajo masivo de construcción en los siglos XIV y XV imprimió un carácter arquitectónico musulmán a la ciudad. Los administradores Mamelucos, los líderes musulmanes locales y los acaudalados peregrinos que se asentaron aquí, construyeron muchos edificios con funciones religiosas (nuevas mezquitas y se agregaron minaretes a las existentes, el pórtico occidental, plataformas de oración, arcadas, y fuentes en Monte del Templo, donde se encuentran el Domo de la Roca y la Mezquita de Al-Aksa), y edificios de naturaleza secular (casas de baño, fuentes, mercados, hosterías para peregrinos y la restauración del antiguo acueducto que traía agua desde las piletas de Salomón, más allá de Belén, hasta la ciudad mejorando así el abastecimiento de agua).

En vísperas de la conquista Otomana la ciudad contaba con 1500 judíos.

El período Turco-Otomano
En el año 1517 el ejército Turco-Otomano derrotó al ejército Mameluco y Tierra Santa pasó a manos del nuevo imperio, que habría de dominar todo el Oriente Medio durante cuatro siglos. A comienzos de ese período, y sobre todo en tiempos del sultán Solimán el Magnífico, Jerusalén conoció una época de florecimiento extraordinario. Se renovó el antiguo acueducto que había caído en desuso y se instalaron numerosas fuentes para uso público.

Además, se reconstruyeron lo que son las actuales murallas de la Ciudad Vieja y sus puertas de acceso, delimitando una superficie de menos de 1 km². La leyenda cuenta que Solimán tuvo una pesadilla en la que leones lo atacaban y ante ellos se veía completamente indefenso. Sus asesores le sugirieron que era ese un mensaje que lo advertía sobre la vulnerabilidad de la ciudad de Jerusalén ante nómades y beduinos. En respuesta a ello, Solimán ordenó contruir una muralla que protegiera la ciudad y en la puerta norte se pueden ver hoy las figuras de los leones que dan el nombre a esa entrada.

Curiosamente, tropas israelies durante la guerra de los Seis Días en 1967, penetraron a la Ciudad Vieja por la Puerta de los Leones.

Tras la muerte de Solimán el Magnífico hubo en Jerusalén una paralización de la actividad cultural y económica, la ciudad volvió a ser una ciudad pequeña y de poca importancia política. Durante tres siglos la población de Jerusalén casi no aumentó y se mantuvo alrededor de 10.000 habitantes. El comercio y la economía en general decayeron notablemente. Napoleón Bonaparte en su marcha por la Tierra Santa en 1799 no llego a visitar la empobrecida Jerusalén.

El período del reinado egipcio de Mohamed Alí
Con el advenimiento del siglo XIX, Jerusalén comenzó a experimentar cambios fundamentales. La expresión más notable de estos cambios se dió durante los 8 años que Jerusalén estuvo bajo el dominio de Muhammad Alí, Gobernador de Egipto, y su hijo Ibrahím Pashá (1831-1839). Alí, oficial del ejercito turco, ocupó el poder y durante más de 40 años controló un imperio que llegó a extenderse desde el sur de Sudán, hasta Turquía. Además, creó una dinastía que gobernó Egipto hasta el derrocamiento del último representante de su dinastía recién en 1952, el rey Farouq, a manos de Abdel Gamal Nasser.

El gobierno de Muhammad Alí, centralizado y eficiente, aumentó en sumo grado la seguridad interna en Jerusalén. Hasta entonces la ciudad había sufrido por décadas de los ataques de tribus beduinas que aterrorizaban a la población y la obligaron a concentrarse dentro de las murallas de la Ciudad Vieja. Además, promovió la apertura a Europa.

El período de influencia europea
A fines del breve dominio egipcio y respondiendo a las presiones ejercidas por Inglaterra, Francia y Rusia sobre el debilitado Imperio Turco-Otomano, aumentó la presencia europea en la ciudad. Las potencias europeas establecieron consulados que gozaban de status extraterritorial y representaban sus intereses.

Durante este período se intensificaron los cambios políticos en Jerusalén con una creciente influencia europea, bajo la apariencia de delegaciones de carácter religioso. Numerosos organismos europeos penetraron en Jerusalén y aumentó la influencia de los consulados y comerciantes europeos que se establecieron en la ciudad. Estos organismos trajeron consigo innumerables innovaciones y costumbres desconocidas hasta entonces en la ciudad: el uso de vehículos como diligencias y carruajes, lámparas de parafina y querosén, el cómputo de las horas del día a partir de medianoche y no desde la caída del sol o desde el alba. Todos esos fueron los primeros indicios del proceso de modernización de la ciudad.

A mediados del siglo XIX se pavimentó el camino de Yafo a Jerusalén y hacia fines del siglo llegó también el ferrocarril a la ciudad. Los numerosos viajeros que visitaron Jerusalén en ese periodo reforzaron el lugar de la Ciudad Santa en la conciencia europea moderna. Esa influencia aumentó con la llegada de numerosos arqueólogos e investigadores, que visitaron Jerusalén para estudiar su presente y su pasado, y trazaron los primeros mapas modernos de la ciudad. Con ellos vinieron también artistas, escritores, turistas distinguidos, miembros de las familias reales de Rusia, Inglaterra, Austria-Hungría, Alemania, etc. que visitaron Jerusalén y aumentaron el prestigio de la ciudad en sus respectivos países.

Hacia fines del siglo XIX y por primera vez después de más de mil años se inició el proceso de salida de los habitantes de Jerusalén fuera de las murallas. Primero se fundó el barrio judío Mishkenot Shaananim ("Morada de los Tranquilos") y siete molinos de viento (hoy en día quedan sólo dos), con el propósito de ofrecer fuente de trabajo. Posteriormente se construyeron más barrios judíos y también árabes. En esta época creció notablemente la polación judía en la ciudad, de 2.000 de los 9.000 habitantes en el año 1800 a 45.000 de los 70.000 en el año 1914, lo que convirtió a la poblacion judía en mayoría en Jerusalén.

Al mismo tiempo, la influencia europea se hizo sentir en el aspecto de la ciudad, con la construcción de edificios de arquitectura occidental; el horizonte de la ciudad cambió con la aparición de numerosos campanarios, y se erigieron imponentes edificaciones como el Complejo Ruso, el hospicio de Notre Dame y el hospital Augusta Victoria.

El período del Mandato Británico
Durante la Primera Guerra Mundial no hubieron combates en la ciudad pero la poblacion sufrió escasez. Hacia fines de la Guerra, en diciembre de 1917 las autoridades Turco-Otomanas de Jerusalén se rindieron a las fuerzas británicas, y dos días más tarde entró por la Puerta de Yafo a la Ciudad Vieja el general Allenby, comandante del ejército de Su Majestad Británica. Algunos recordaron en aquel momento la escena de los Cruzados europeos recuperando el control sobre Jerusalén, y destituyendo a los musulmanes.

Llegaron así a su fin cuatrocientos años de dominio Turco-Otomano y comenzaron los treinta años del Mandato de Gran Bretaña. Al cabo de dos años y medio de administración militar, en julio de 1920 se estableció el gobierno civil del Mandato, y Jerusalén volvió a ser capital. Al final de esta época la ciudad contaba con 34.000 judíos.

Una de las características más importantes del periodo Británico es el comienzo de la construcción de acuerdo a un plan de urbanización ordenado, destinado a asegurar el carácter distintivo de la ciudad. Entre las leyes de planificación y urbanismo legisladas, cabe destacar la ordenanza que impuso el coronel británico e intendente de Jerusalén, Sir Ronald Storrs, acerca de la construcción en piedra de Jerusalén y que prohibió el uso de concreto, ladrillos o chapa. Estas ordenanzas influyen sobre el aspecto de la ciudad hasta el día de hoy.

La nueva Jerusalén se extendió en todas direcciones. Se construyeron numerosos barrios, tanto árabes como judíos, se estableció una infraestructura social y cultural e instituciones públicas como el edificio de la Agencia Judía, el YMCA, el hotel King David, el Correo Central, el Hospital Hadassah en el Monte Scopus y la Universidad Hebrea, cuya la clase inaugural en 1925 fue dictada en alemán por Albert Einstein.

Durante el periodo del Mandato Británico se aceleró considerablemente el proceso de modernización, se pavimentaron calles y avenidas y se tendió una tubería de agua desde las fuentes del río Yarkón hasta Jerusalén.

Pero la cuestión central era el futuro de Palestina, y particularmente el de Jerusalén. Las tensiones entre judíos, árabes e ingleses fueron en creciente aumento y culminaron con los sangrientos disturbios de 1920 y 1929, y la revuelta árabe entre los años 1936 y 1939.

El período Israelí
En 1947 la ONU declara la internacionalización de Jerusalén, acto que provoca la reacción bélica de los arabes. En 1948 Jordania e Israel lucharon denodadamente por el control de la "Ciudad Santa". Por mediación de la ONU se concertó un armisticio y ambos contrincantes se quedaron con la parte de la ciudad que en aquel momento ocupaban.

Al este quedaron bajo dominio jordano los barrios palestinos, incluyendo La Ciudad Vieja, de la cual fue evacuado el barrio judío. Al oeste, bajo dominio israelí, los barrios judíos. Surgió así una frontera dentro de la ciudad misma y una franja de "tierra de nadie" con barreras antitanques y alambres de púas dividió la ciudad. Un solo acceso unió durante 19 años ambas partes de Jerusalén: la Puerta de Mandelbaum.

Finalmente, las objeciones Jordanas e Israelíes llevaron a la cancelación de la decisión sobre la internacionalización de Jerusalén.

En 1949 el gobierno Israelí declaró a la parte occidental de Jerusalén como Capital del Estado de Israel y la Knesset (Parlamento) fue trasladada desde Tel-Aviv a la ciudad. Paralelamente, la parte Oriental de Jerusalén fue declarada por el Reino de Jordania como su segunda capital, despúes de Amman. Al finalizar esta época en la Guerra de los Seis Días, la ciudad contaba con 200.000 judíos.

A partir de la guerra de 1967, la muralla que dividía la ciudad es derribada, pero aún hoy, 40 años después, persisten las murallas entre los hombres, que siempre son más difíciles de derrumbar...

Hoy en día Israel tiene pleno control de Jerusalén pero casi ningún país la reconoce como capital oficial de Israel y tampoco hay en la ciudad delegaciones diplomáticas a nivel de embajadas oficiales. Por su parte, los palestinos que aspiran a considerarla su capital, también están a la espera del reconocimiento internacional.

A lo largo de la historia parecería que el requisito obligatorio para ser parte de esta ciudad ha sido ser fanático, y poco importa fanático de qué.

3 comentarios:

Walter dijo...

tengo una moneda o chapa con el mapa de jerusalen, es igual a la imagen que aparece aqui, no se si tiene algun valor

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