viernes, 1 de junio de 2007

Informe número 34 - Etiopes Cristianos en Jerusalén

Pese a su lejanía geográfica y cultural, Etiopía esta estrechamente relacionada a Jerusalén. Más aún, Etiopía, Cristianismo, Judaísmo y Jerusalén han ido sorpresivamente entrelazadas a lo largo de la Historia.

Etiopía y el Judaísmo
Etiopía quiere decir “que tiene la piel tostada” y con este nombre se designa el imperio que gobernaba por muchos siglos el Africa Oriental, al sur de Sudán. El nombre "Etiopía" (cus o en hebreo, Kush) es mencionado en la Biblia varias veces. Números 12:1 dice que Moisés se había casado con una “mujer cusita”.

Según el libro de los Reyes en el Antiguo Testamento, en tiempos del Rey Salomón, Jerusalén fue visitada por Makeda, la misteriosa reina de Saba: "Oyendo la Reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre del Señor, vino a probarle con preguntas difíciles. Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía" (I Reyes 10, 1-3).

Aunque en la Biblia no se identifica al reinado de Saba específicamente con Etiopía y según la tradición árabe éste estaba situada en Yemen, ningún cristiano etíope duda que Saba provenía de su país. Ilustraciones de la famosa visita pueden verse hoy en hogares e iglesias etíopes.

Según la leyenda, del encuentro de Salomón y la reina Saba, nació Menelik I, primogénito de Salomón y primer rey de Etiopía. Años más tarde y ya adulto Menelik fue enviado a Jerusalén para conocer a su padre y aprender de su sabiduría. A pesar de los esfuerzos de Salomón para que se quedara, Menelik regresó a Etiopía.

Según el Kibre Neguest (Gloria de los Reyes), libro sagrado y poema épico del pueblo etíope, escrito en el siglo XIII, al concluir su visita a Jerusalén y regresar a Etiopía, Menelik I se apropió de la auténtica Arca de la Alianza – supuestamente para protegerla de profanadores– y la trasladó a Axum, cerca del río Nilo, para colocarla en la Iglesia de Santa María de Sion, donde estaría desde entonces.

El último Emperador de Etiopía, Ras Tafari Makonnen, al ser coronado en 1930 se autodenominó, Haile Selassie I, Rey de Abisinia, y adoptó el sugestivo epíteto “León de Judea”. La Constitución de Etiopía, vigente hasta el derrocamiento de Haile Selassie en 1974, señalaba que el emperador etíope es escendiente, “ininterrumpido”, de Menelik I, hijo de la reina de Saba y del rey Salomón.


Esta leyenda ayuda a explicar la presencia de numerosos elementos judíos en el Cristianismo etíope, como la observancia del Sábado y la lectura del Cantar de los Cantares a la mañana del Sábado, la circuncisión, los mandamientos relacionados con el ayuno o la prohibición de ciertos alimentos (carne de cerdo y pescado sin escamas), las normas de pureza femenina y la construcción de iglesias siguiendo el modelo del Templo de Jerusalén. Curiosamente el Arca es el punto central del culto cristiano etíope. Cada una de las 20.000 iglesias de Etiopía contiene un réplica del Arca de la Alianza.

Etiopía y Jerusalén
En el año 1160, en época de dominio Cruzado-Templario sobre Tierra Santa, llegó a Jerusalén un príncipe etíope llamado Lalibela y estableció relaciones con los Templarios pidiéndoles refugio en Jerusalén con motivo de encontrarse perseguido por su hermano, el principe Habré, que habiéndole usurpado el trono de Etiopía, quería matarle. A través del príncipe Lalibela, los Templarios conocieron que el Arca de la Alianza se encontraba en la ciudad de Axum en Etiopía así como las circunstancias sorprendentes que ligaban el Arca de la Alianza, el Antiguo Testamento y Etiopía.

Conociendo estos pormenores, cuando se dieron las circunstancias propicias, los Caballeros Cruzados-Templarios marcharon en 1185 hacia la ciudad de Axum, acompañando a Lalibela. Así, con la ayuda de los Caballeros Templarios, el principe Lalibela retornó al trono etíope y la ciudad de Axum, cambió su nombre por el de “Lalibela”.

Lalibela, la Jerusalén Negra
Tras su regreso de Jerusalén, el principe Lalibela quiso agradecer a Dios la gracia concedida, y mandó construir doce iglesias de piedra, excavadas y talladas en la roca del suelo volcánico. Dichos templos, de techos al ras de suelo poseen formas idénticas a la cruz del emblema de los Cruzados Templarios. La excavación se hizo de fuera hacia adentro, vaciando la roca, en un alarde de cálculo y cincelado. La construcción duró 25 años. Se calcula que unas 40.000 personas trabajaron en la construcción de los templos. En 1978 Lalibela fue declarada por la UNESCO Patrimonio Universal de la Humanidad.


Actualmente la ciudad de Lalibela es a una población de no más de 10.000 habitantes situada en el altiplano de Etiopía a casi 3000 m. de altura. Para los etíopes es una Ciudad Santa, y curiosamente la denominan la “Jerusalén Negra”. Quizás siguiendo las huellas de su homónima, sus habitantes viven de limosnas, agricultura de subsistencia y del escaso turismo...

La historia del príncipe Lalibela se repite
En 1935 las fuerzas Italianas de Mussolini invadieron Etiopía y el emperador Haile Selassie I, tras un frustrado intento de resistencia debió marchar finalmente al exilio en 1936.

Fue natural que gran parte de su exilio viviera en Jerusalén. En aquella época eran pocas las familias de Jerusalén que contaban con teléfono en sus casas y era costumbre señalar en la guía de teléfono la profesión del jefe de familia. Así fue que en la guía de Jerusalén figuraba Haile Selassie I, de profesión: Emperador.

En definitiva, la historia se repitió. Durante su estadía en Jerusalén, Selassie estrechó sus vínculos con los representantes de Mandato Britanico en Tierra Santa y posteriormente, al igual que su antepasado, el principe Lalibela, con la ayuda de la potencia europea que dominaba Jerusalén, Selassie emprendió la campaña que liberó finalmente a Etiopía de las fuerzas fascistas y retornó así al poder en 1942. Pero no todo retornó a lo que era antes. El obelisco de Axum (la actual Lalibela), considerado como un símbolo de la identidad etíope, fue un botín de guerra que se llevaron en 1937 las tropas de Mussolini y Etiopía lo recuperó solo 68 años mas tarde, en el año 2005.

Etiopía y el Cristianismo
A menudo la cristanidad en África es concebida como una importación europea que llegó con el colonialismo, pero este no es el caso de Etiopía. A diferente de todo el continente africano, Etiopía es el único país africano que nunca ha sido colonizado, manteniendo siempre su independencia, excepto por un periodo de cinco años (1936-1941), cuando estuvo bajo la ocupación italiana fascista.

La Iglesia (no Calcedonia) Unitaria Ortodoxa Etíope, representa alrededor del 60% de la poblacion de Etiopía. Es conocida también como Iglesia Copta de Etiopía, o simplemente Iglesia Etíope, y es una iglesia oriental ortodoxa autocéfala, es decir, que tiene su propio jefe. Este jefe lleva el título de Abuna-Patriarca y reside en Addis Abeba, capital de Etiopía.

El origen del Cristianismo en Etiopía se remonta al siglo IV, inclusive anterior a la conversión al Cristianismo del emperador romano, Constantino. Monjes venidos de Egipto y Siria convirtieron al rey Ezana de Etiopía al Cristianismo y este lo declaró religión oficial de su imperio, otorgó tierras y privilegios a la Iglesia y acuñó la cruz en las monedas de su reino. Etiopía fue así la segunda nación más antigua del mundo en adoptar el Cristianismo como religion Oficial, después de Armenia.

De acuerdo a San Jerónimo, peregrinos cristianos etíopes venían a Jerusalén ya en el siglo IV. En el año 636, el Califa Omar, que había conquistado Jerusalén, emitió un edicto especificando los derechos de los cristianos en la ciudad, entre ellos los derechos de la Iglesia Etíope. En los siglos siguientes la Iglesia Etíope gozó de importantes derechos en los Lugares Santos. Los peregrinos medievales mencionan a menudo a los cristianos etíopes residentes en Jerusalén.

Jerusalén ha ocupado un lugar destacado a ojos de los etíopes cristianos. En la propia Etiopía, rodeados por enemigos, no compartían sus valores con la mayor parte de sus vecinos no-cristianos y tenían escasos contactos con los mismos.

En el siglo XVI las cosas empeoraron. El reino etíope fue atacado y casi destruido por Ahmad Gran, gobernante de Harar, principalía musulmana al este de Etiopía. Las iglesias fueron quemadas, los cristianos perseguidos y convertidos por fuerza, y el emperador debió huir. En semejantes circunstancias nadie podía dedicarse a proteger la Iglesia Etíope en Jerusalén y la comunidad decayó. Su pobreza, y por lo tanto su debilidad, le hizo perder su sitio en el edificio principal de la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén y se vio forzada a alojarse en el techo, donde continúa estando desde hace más de cuatro siglos, hasta el día de hoy.


Los miembros de la Iglesia Etíope lograron sobrevivir de alguna manera, aunque existen numerosas referencias a su pobreza y a su dependencia de la caridad de armenios y otros. En el siglo XIX, misioneros anglicanos testimonian que algunos monjes etíopes se incorporaron a la Iglesia Ortodoxa Griega sencillamente para tener qué comer.

Sorprendentemente, la más encarnizada enemiga de la Iglesia Etíope ha sido la Iglesia Copta de Egipto. Aunque ambas eran muy semejantes en términos de teología y organización, los coptos guardaban rencor a los etíopes por haberse independizado de ellos en el siglo XVIII. Cuando, a principios del XIX, la situación de los etíopes empeoró, los coptos comenzaron a acosarlos.

La propiedad del monasterio de Dir es-Sultán, situado sobre el techo de la capilla Santa Helena, una de las capillas de la Iglesia del Santo Sepulcro, fue apelada por los coptos, que adujeron que les pertenecía. En 1838 hubo una epidemia en Jerusalén y todos los monjes etíopes murieron. Los coptos se apoderaron de Dir es-Sultán y, según los etíopes, quemaron la biblioteca y los documentos que convalidaban los derechos etíopes sobre el lugar.

Muertos los monjes y quemada la biblioteca, los etíopes podían haber desaparecido de Jerusalén. Si bien el Emperador y la Iglesia en Etiopía querían mantener lazos con Jerusalén y una posición en Tierra Santa, no lo habrían logrado de no haber recibido el apoyo británico. El obispo Anglicano de Jerusalén, Samuel Gobat, había sido misionero en Etiopía y aspiraba a convertir a la Iglesia Etíope en anglicana. Por esa razón, el obispo Gobat dió su apoyo a los etíopes y luchó por sus derechos.

La amarga lucha entre las iglesias etíope y copta ha continuado hasta la actualidad. Gracias a la ayuda británica los etíopes lograron recuperar el control sobre el monasterio de Dir es-Sultán, en cambio las llaves siguen hasta hoy en poder de los coptos. La confusión y la disputa sobre los derechos de propiedad continuaron sin interrupción. En la década de 1960, incluso el gobierno jordano intentó intervenir en la disputa, tras una seria pelea por el uso de una parte del edificio.

Actualmente, el caso sigue sin acuerdo, y se halla pendiente en la Corte Suprema de Israel. Los etíopes no dudan de sus derechos y han presentado una serie de documentos sobre el tema, el más reciente de ellos fue entregado a la delegación israelí a las Conversaciones de Normalización entre Israel y Egipto, en septiembre de 1986.

En la segunda mitad del siglo XIX, la situación de la Iglesia Etíope en Jerusalén comenzó a mejorar. En gran medida esto se debió a que en Etiopía el poder pasó a manos de monarcas fuertes, que comenzaron a unificar las diversas provincias bajo una administración centralizada. En 1888, la comunidad compró un terreno en Jerusalén occidental, fuera de las murallas de la Ciudad Vieja, para erigir un nuevo monasterio y una nueva iglesia, cuyo nombre es “Debre Gannet”, que significa en amárico “Monasterio del Paraíso”. Debre Gannet comparte ahora con Dir es-Sultán el rol de hogar de la comunidad monástica etíope en la Tierra Santa.

En estos últimos cien años la Iglesia Etíope también adquirió propiedades en Betania, Jericó y a orillas del río Jordán. La reciente derrota del régimen comunista etíope y el establecimiento relaciones diplomáticas entre Israel y Etiopía han contribuido a mejorar la situación de la Iglesia Etíope en Jerusalén. En los últimos años, el aumento de peregrinos etíopes a Jerusalén y la atención que requieren, contribuyó en alguna medida a disminuir la sensación de aislamiento de la comunidad Etíope Cristiana y también les proporciona una fuente de ingresos. Pero la comunidad como tal, es pobre y mantiene una lucha permanente por conservar su identidad.

La Iglesia Etíope en Jerusalén
La pequeña comunidad Etíope en Jerusalén está encabezada por un arzobispo. Tras la decisión de construir su nueva iglesia fuera de la Ciudad Vieja, la comunidad creció y a principios de 1900 contaba con 40 a 50 monjes y un número menor de monjas, cifras que se han mantenido hasta hoy.

Alrededor de la Iglesia Etíope existe una pequeña comunidad Etíope laica formada por individuos devotos, algunos de ellos miembros de familias aristocráticas que buscan retiro espiritual en Jerusalén, otros son exiliados políticos. Los etíope seculares están más involucrados que los monjes en la vida social exterior al monasterio: las mujeres trabajan como enfermeras en los hospitales y los jóvenes estudian en la Escuela Anglicana (que en Jerusalén es un instituto internacional) e incluso en escuelas israelíes.

Actualmente, los monjes etíopes se mantienen de las rentas de tierras y propiedades de la iglesia o de donaciones de los fieles. La mayoría de sus monjes ignoran el hebreo, el árabe u otro idioma que no sea el amárico, y dependen totalmente, en sus contactos con el mundo exterior, de los pocos miembros de la comunidad que conocen otras lenguas.

Los monjes etíopes deben también contribuir a la vida comunal del monasterio. La regla que los rige es quizás menos estricta que la de algunas órdenes occidentales, pero igualmente se les exige celibato, abstinencia de todo pecado y obediencia al Abad-Jefe. Deben también ocuparse de sí mismos, trabajar en el jardín, limpiar y pintar sus casas y compartir la vida de la comunidad si bien no habitan en viviendas comunales como los monjes católicos. Se les concede también una considerable libertad en la elección de sus actividades. Algunos escogen pintura y tallado, otros prefieren dedicar su tiempo al estudio. Muy raramente son ermitaños. El más famoso de éstos, que murió a principios de la década del ochenta, fue un monje que no habló con nadie durante 30 años pero si alguien le pedía consejo o ayuda, responía por escrito.

La vida en la comunidad está sumamente estructurada. Comen todos juntos, y su actividad gira en torno a servicios religiosos y grandes festividades. Los servicios religiosos se realizan dos veces al día, entre 4 y 6 de la mañana y 4 y 5 de la tarde. En los días que preceden a la Pascua y en la Festividad de Nuestra Señora, en agosto, el servicio matutino se extiende de 2 a 6. Los servicios requieren permanecer de pie durante largos períodos, y a ello se deben los bastones con un apoyo tallado para el mentón, característicos de sus iglesias. Los pastores etíopes acostumbran usar bastones similares para descansar mientras cuidaban sus rebaños.


Las festividades más destacadas son las celebraciones de Semana Santa. El lunes, martes y miércoles de Semana Santa, los monjes y fieles se reúnen en Dir es-Sultán, ubicado sobre el techo del Santo Sepulcro, para recitar Salmos, leer trozos del Antiguo y del Nuevo Testamento y del Liqawent, los libros de los sabios etíopes eclesiásticos. El Domingo de Ramos no sólo los monjes, sino todos los miembros de la comunidad de Jerusalén (casi 300 personas) se reúnen en el patio de Dir es-Sultán para celebrar la entrada de Cristo en Jerusalén, en un estilo totalmente peculiar.

El servicio comienza a medianoche y dura hasta las ocho de la mañana. Seis de esas ocho horas las ocupa un servicio conmemorativo especial, y luego se celebra la misa. Las mujeres, con tradicionales vestidos y mantos de algodón blanco, están de pie en el fondo de la iglesia. Hacia las ocho y media, al final del servicio, salen de la capilla y se ubican en el techo. El arzobispo y los sacerdotes entran en una gran tienda, en la que se preparan para la solemne procesión. Allí comienzan sus oraciones y al final del servicio traen al arzobispo ramas de palma, él las bendice, las distribuye entre la congregación y los monjes y luego toda la multitud marcha en procesión en torno al patio.

Estas celebraciones despiertan gran interés por las trabajadas vestiduras de los sacerdotes, especialmente del arzobispo y de sus principales colegas; las sombrillas de terciopelo y oro, decoradas con borlas, que protegen las cabezas de los notables; la música misma y la presencia de músicos que ejecutan pequeños instrumentos de cuerda y cantan himnos de alabanza.

Visita a Etiopía en Jerusalén
La nueva iglesia, Debre Gannet, está ubicada en el centro de Jerusalén, en una callejuela a la que la Municipalidad le dió el nombre de Etiopía.

Se entra por una gran puerta que da a un patio silencioso y recluído. Sólo al llegar allí se percata el visitante de su considerable altura. Antes de entrar hay que sacarse los zapatos y ya adentro se camina sobre coloridas alfombras de seda. El edificio es circular, al estilo de las principales iglesias etíopes. No tiene nave, como en las iglesias occidentales, sino un gran corredor circular que rodea el Arca central, adornado por una variedad de pinturas realizadas hace unos cien años, la mayoría de ellas retratos de santos.

Alrededor de la Iglesia, en el patio que es también circular, están las viviendas de los monjes. Diminutas chozas de paredes pintadas de blanco y puertas verdes con pequeñas ventanas para que entre la menor cantidad de luz solar. Típica aldea de Etiopía a solo 100 metros de la calle principal del centro de Jerusalén.

El monasterios de Dir es-Sultán, sede de la Iglesia Ortodoxa Etíope en la Ciudad Vieja de Jerusalén, es aún más extraño a los ojos del visitante. Se ingresa por un modesto portal de madera al costado de la entrada principal del Santo Sepulcro. Tras subir una empinada escalinata se llega a la pequeña capilla dedicada a San Miguel Arcángel, con lugar apenas para unas 50 personas sentadas.

Las pinturas en las paredes de la capilla de San Miguel dan testimonio de la afinidad entre Etiopía y Jerusalén. Tienen apenas 100 años de antigüedad, y están realizadas en estilo peculiarmente etíope. Todas las caras, de grandes y negras pupilas, están dibujadas frontalmente, y sus ojos miran con extraña inocencia. El cuadro más grande muestra al Rey Salomón recibiendo a la Reina de Sabá. El rey está rodeado de dignatarios, todos de pie, y la reina llega con un cortejo en el que figura un enorme camello que transporta una pesada carga. Entre los cortesanos de Salomón hay dos figuras incongruentes, vestidas con las negras ropas de los judíos jasídicos, ropas que todavía pueden verse en los barrios de Mea Shearim en Jerusalén de hoy día pero que, habrían causado cierta sorpresa en la corte de Salomón...

Las escrituras que figuran en los cuadros estan en ge'ez. Este idioma desapareció como lengua hablada probablemente antes del siglo X, pero continúa siendo hasta hoy la lengua litúrgica de la Iglesia Ortodoxa Etíope.

Al fondo de la capilla, subiendo unas escaleras más, se descubre repentinamente una diminuta aldea africana: chozas de barro, bajas y amontonadas. En la mitad de un patio se alza un pequeño domo. Se trata del mismísimo techo del Santo Sepulcro, y que el domo da luz, hacia abajo, a la capilla de Santa Helena, una de las partes más antiguas del complejo que constituye el sitio más sagrado del cristianismo en Jerusalén.

El patio está rodeado de viejas paredes derruidas, en cuyas grietas crecen algunas de esas valientes plantas capaces de vivir en los terrenos más inhóspitos. La misma Iglesia Etíope de Jerusalén se parece a una planta que continúa creciendo pese a la pobreza del suelo, desafiando las leyes de la probabilidad y sobreviviendo a los más duros inviernos y los más ardientes veranos.

La comunidad Etíope Cristiana en Jerusalén vive como en una isla, en la que sus vidas transcurren muy lentamente. Al preguntarle por qué había venido a vivir en Jerusalén, un anciano monje pareció al principio no entender la pregunta. Luego exclamó: "Porque es Jerusalén".

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